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Con el uso de los principios de Dianética y Cienciología para la rehabilitación de adictos encarcelados, viene la siguiente carta de L. Ronald Hubbard para todo el que le pueda interesar. Quienes estén familiarizados con el amplio trabajo de Ronald en favor de la salvación moral y ética de los criminales, reconocerán la voz: firme, pero sincera; comprensiva, pero no moralizante y, sobre todo, honesta.Quienes estén familiarizados con la más extensa historia de Dianética y Scientology también reconocerán el sentimiento: aquí tenemos descubrimientos de la gente, y por la gente, como él lo dijo de forma tan notable, y destinados a que los use cualquier persona.
xisten dos formas para escapar del trato injusto y cruel que este universo da algunas veces. Una es quedarse dormido o salirse completamente de la realidad y olvidarlo. La otra es alcanzar un estado de ser sereno y calmado, a prueba de los golpes y los ataques del infortunio. Ni las drogas ni otros impactos destructivos cambiaron el universo y uno todavía está en él, afectado aún por él, probablemente con una resistencia aún menor hacia él. Así, que el primer método no es muy bueno.Por mucho tiempo se ha predicado acerca del segundo método, la habilidad para elevarse por encima de todo. Pero por desgracia no había ninguna tecnología de la que se pudiera disponer fácilmente para lograrlo.
En las muy remotas regiones del Tíbet, en los monasterios de lamas, se suponía que era posible encontrar una tecnología que, si alguien la practicaba durante 20 años, podía elevarse por encima del sufrimiento y convertirse en un ser sereno.
Pero los billetes al Tíbet no crecían en los árboles y además, el país ha sido devorado por una China superpoblada.
Una cosa es escuchar que habría que elevarse por encima de todo y otra muy distinta hacerlo.
Al principio de los años 30, mientras estaba en la escuela de ingeniería, descubrí que el hombre no tenía una tecnología mental adecuada. Antes de eso, en Oriente, había oído hablar de habilidades mentales que no se conocían en Occidente, pero tenían el inconveniente de que requerían demasiado tiempo y eran en cierta medida como la antigua historia de convertir el plomo en oro. Si subías a una colina, en plenilunio y ponías un lingote de plomo en el tocón de un árbol fosforescente y decías abracadabra el plomo se convertiría en oro siempre y cuando no pensaras la palabra: ¡hipopótamo!
Carta al Adicto por L. Ronald Hubbard, continúa...
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